Basta un descuido para que un ciberdelincuente tome el control de un ordenador. Un método clásico es dejar un USB malicioso en un aparcamiento o en la entrada de una oficina, confiando en que alguien lo recoja y lo conecte al equipo. El dispositivo puede contener un programa que toma el control del sistema y transmite datos sensibles —como bases de datos o contraseñas— a un aparato remoto.
Sin embargo, los ataques más comunes hoy son en línea. Correos electrónicos con troyanos disfrazados de facturas o avisos de entrega son una táctica frecuente. Si el usuario interactúa con ellos, el virus se ejecuta sin que lo note. Los ciberdelincuentes emplean herramientas que escanean redes en busca de dispositivos poco protegidos para atacarlos.
Aunque parezca de película, la amenaza es real: en unos pocos segundos se puede paralizar una empresa, una ciudad e, incluso, en el peor escenario, un país. Por eso, los expertos insisten en que la mejor defensa sigue siendo la prevención, especialmente en épocas como el verano, cuando la relajación es el blanco favorito de los atacantes.